«Hasta la preparatoria, nunca antes consideré la posibilidad de ser médico. Me interesaban la ingeniería, el diseño gráfico o la arquitectura. Fue en el tercer año de prepa cuando salí bien en la optativa del área de la salud y decidí estudiar Medicina» afirma Víctor Hugo Leyva Vázquez, recién egresado de la Licenciatura en Medicina de la BUAP.
De respuestas rápidas, breves y contundentes, el joven médico definió su vocación preguntándose: «En qué soy bueno y qué me gusta». Y decidió bien. La muestra está en el promedio de 9.6 de calificación que obtuvo al salir de la Escuela de Medicina, donde se caracterizó por ser uno de los mejores estudiantes y lo ratificó al obtener uno de los 62 reconocimientos a la Excelencia en Medicina, que otorgan el Instituto Científico Pfizer, la Academia Nacional de Medicina y la Asociación Nacional de Facultades y Escuelas de Medicina.
Hoy, a punto de concluir su servicio social, se prepara para una nueva etapa: hacer la residencia en Anestesiología, especialidad que, aunque poca gente conoce es vasta e interesante, combina las habilidades prácticas y los conocimientos clínicos, y concentra «mucho de lo que yo quiero hacer como médico».
Es el menor de tres hermanos, y aunque nació en la capital del país, se dice y siente más poblano que el camote. De niño se recuerda entretenido en el dibujo y la construcción de maquetas. Hoy, para él, la Medicina es un reto, por lo que no duda en adentrarse en los variados saberes de esta ciencia: la medicina tradicional de China.
Pero también quiere ampliar sus horizontes y viajar, y en su objetivo futuro está Alemania donde considera que existe un importante desarrollo en el área de la algología o terapia del dolor, conocimiento que quiere sumar en beneficio de sus futuros pacientes, porque crecer profesionalmente es una constante en su vida.
Recibir el Reconocimiento a la Excelencia en Medicina, en el Auditorio de la Academia Nacional de Medicina, uno de los recintos por donde han desfilado los médicos más reconocidos del país, ha sido motivo de gran orgullo, como lo es, también, ser un egresado de la Máxima Casa de Estudios en el estado: «Allí estreché la mano de un gran psiquiatra, el doctor Juan Ramón de la Fuente, y fue muy emocionante que me dijera cuando le comenté que soy de la BUAP: ¡Ah, la universidad de Puebla, excelente!»
En Víctor Hugo es simple destacar sus rasgos físicos: más robusto que delgado, ojos oscuros y grandes, labios gruesos, estatura media. En él destacan, no obstante, la desenvoltura en el andar, la mirada diáfana que se proyecta en los ojos de su interlocutor, la claridad mental, el optimismo como un sello en la frente.
Joven, recién cumplidos los 25, tiene otras pasiones: el cine, salir con amigos, pasear con su novia y tocar el piano, instrumento que aprendió desde pequeño, gracias a una beca que le fue otorgada por sus buenas calificaciones en el tercer año de primaria.
«El cine me gusta mucho, sobre todo aquellas películas que aunque te dejan una emoción amarga, te ayudan a crecer.» Entre sus preferidas: Amén Francia, 2002), dirigida por Constantin Costa-Gavras; En el nombre de Dios (Irlanda, 2002), de Peter Mullan, y La lista de Schindler (Estados Unidos, 1993), de Steven Spielberg.
Sus padres son un ejemplo de vida, y por ellos –expresa- «soy quien soy». Su novia, Mayela, es una de las experiencias más gratas en su existencia. «Yo aspiro tener una familia propia, porque creo eso de que el fruto del amor es el hijo, expresa al tiempo que ríe dejando ver una hilera de grandes y blancos dientes’’.
Como futuro médico sus aspiraciones son varias: hacer una buena especialidad, aprender mucho, asistir a cursos y congresos en el extranjero, y estudiar una maestría. Pero sobre todo ejercer una nueva medicina: aquella en la que nunca se pierda el sentido de la humanidad.