Un prejuicio, según la R.A.E.*, «es una opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal». Es decir, un prejuicio es el proceso de formación de un concepto o juicio sobre alguna actividad o hecho de forma anticipada; implica la elaboración de un juicio u opinión acerca de una persona o situación antes de determinar la preponderancia de la evidencia. En el campo de la psicología también se conocen como sesgos cognitivos, una distorsión de cómo las personas perciben la realidad. Los prejuicios tienen una importancia significativa en nuestras vidas, condicionan la forma en la que observamos el mundo y la forma en cómo tratamos, excluimos o sentenciamos a los que nos rodean. Tenemos un cerebro preparado para desarrollar prejuicios debido a que son una vía rápida para adquirir información, sin embargo, son éstos los causantes de muchos conflictos, incluidos los bélicos, pues la ideología de un grupo social es fundamental en la generación de prejuicios.
Cordelia Fine, psicóloga y neurocientífica, ha demostrado con sus investigaciones cómo los humanos nos aferramos a dejar a un lado nuestras creencias heredadas, por muy irracionales que éstas sean, debido a que existe un vida mental subyacente a la conciencia que opera de una forma no necesariamente precisa, pero lo bastante eficiente como para construir todo tipo de prejuicios de los que no nos damos cuenta. Así, el cerebro es susceptible de contaminarse con semillas de pensamientos ajenos, el cerebro tiende a rellenar huecos de los que no tiene información, y nuestra memoria también puede verse influenciada por las sugerencias o ideas de los que nos rodean. La falta de empatía por los demás es producto de una educación sostenida en la exclusión y la marginación hacia los que parecen distintos, es por esa razón indispensable fomentar una educación incluyente y de respeto hacia los que son distintos. La investigación de Fine demuestra que la gente consciente de que puede haber algún sesgo es más imparcial, y es que la capacidad de control de algunos de estos prejuicios pueden ser de gran ayuda.
Los periodos infantiles son de gran importancia para fomentar la empatía por los demás, por los diferentes. De ahí que sea necesario recurrir a educar a los infantes en un medio incluyente y reeducar los cerebros adultos, cambiando las creencias prejuiciosas por una cultura de apertura y respeto hacia las diferencias.
El neurofisiólogo Carlos Belmonte, sostiene que tendemos a responder a las presiones sociales. Cuando se manejan los mismos elementos dentro de un grupo, el pensamiento se vuelve homogéneo, se obtienen respuestas estereotipadas y existe más resonancia entre los miembros de ese grupo frente a lo que se reconoce como amenaza. Ahí radica el peligro de fomentar una vida llena de prejuicios hacia los que son distintos, pues se perciben entonces como amenazas para la «normalidad» de un grupo; lo distinto, lo raro, lo diferente, lo extravagante se observa con frecuencia como un peligro.
Al conocer a otras personas, todos acabamos asociándolas a algún grupo social. Si tenemos una percepción concreta de estas personas, si la mente activa un estereotipo concreto, es muy probable que las percibamos a través de ese prisma estereotipado y que tengamos una percepción sesgada de su comportamiento, sus habilidades. Sin embargo, las personas que son conscientes de que los prejuicios pueden interferir con sus juicios de valor hacen desaparecer el sesgo. Eso significa que un sesgo o prejuicio es factible eliminarlo.
Hoy, la neurobiología tiene mucho que decir sobre los conflictos generados por prejuicios. Hay una propensión al conflicto, siendo el temor (incluido el de parecerse a ese otro) el principal detonante para la generación de un conflicto. Xaro Sánchez, investigadora del origen de los conflictos, explica cómo se generan las atrocidades más graves contra algunas personas, «todo parte de eliminar la característica que compartimos todos, la de ser humanos, la deshumanización es la clave para atacar al otro, para hacerle daño». Para lograr ese efecto es tan sencillo como hacer creer a un grupo, que uno distinto a ellos, posee conductas animales o «antinaturales». Estas ideas falsas sobre una persona, un grupo o sector poblacional, son las responsables las de los crímenes de odio, que bien podrían llamarse Crímenes de Prejuicio. La misoginia, la xenofóbia, la homofobia, la transfobia y los crímenes relacionados, son un ejemplo de cuán peligrosos pueden ser los prejuicios. Las persecuciones etnorraciales, la intolerancia religiosa, los genocidios, las persecuciones a personas de las diversidad sexual, son situaciones que tienen su origen en los prejuicios.
Existe la posibilidad de reeducar a las personas, la información y la comunicación son las herramientas esenciales para eliminar los prejuicios, al conocer al otro, al acercarse a los distintos, se podrá reconocer que existen muchas más similitudes, que diferencias. La psicología y las neurociencias nos demuestran que el cerebro en muy plástico y no somos del todo fruto de nuestros genes, sino también el fruto de nuestro entorno y nuestra experiencia vital. Vivir en una cultura que promueva la igualdad y la equidad entre los distintos, es un sueño que deberíamos compartir, incrementar las diferencias hace una cultura más rica, más desarrollada, más participativa, equitativa, igualitaria e incluyente.