Testimonios de las tragedias del siglo VIII
«Relación de lo sucedido en la Ciudad de la Concepción de Chile con el Temblor e invasión del Mar, el día 25 de Mayo de 1751 entre la una y dos de la mañana»
Cayeron a la violencia de tan recio movimiento, la mayor parte de los edificios, haciendo mayor la batería, estruendo y estrago en aquellos que por más fuertes se resistían.
Apenas pausó lo recio del temblor, cuando nos asaltó el miedo de la natural invasión del mar que comenzó a recogerse para adentro dejando en seco las orillas. Quién podrá pintar aquí el pavor y susto y las voces, que la gente daba, que sale el mar, hallándose muchos sitiados de las ruinas de sus casas, cerradas las puertas, o por haber cargádose los umbrales o por haber tapiado las paredes arruinadas, sin que nadie pudiera favorecer a nadie. No fue esta vez necesario el prevenido cuidado que aquí se observa en tales casos, de dar aviso con un tiro de artillería: así aunque porque estaban dobladas las centinelas, no pudieron, según ellos dicen, hacer que el fuego prendiese en la pólvora, como porque las voces de la gente suplieron esta falta. A las voces, pues, ya sale el mar, empezó la gente en desconcertada fuga a huir por los cerros, sin más guía que su miedo. Sin cuidar nadie más que de sí propio duplicándose la pena de los padres y madres, por no saber de sus hijos, ni los maridos de sus mujeres, huían sin más cuidado que alejarse. Salió, pues, el mar la primera y segunda vez, como si avergonzara de verse repelido de los edificios: cogió más de atrás la carrera, y encrespándose enfurecido, embistió dando tan horrorosos bramidos, que causaba grima aún a los que ya estaban en los altos: inundó todo el plano de la ciudad: era por cierto materia de gran quebranto y dolor oír el estallido de las casas, al sepultarse en las aguas: pareciase a un incendio, cuando en un bosque seco, al mismo tiempo que le abrasa con la llama, asusta a los vecinos con el ruido. Retirose al fin, y aquí fue mayor la ruina llevándose envuelto en sus aguas casi todo cuanto al acometerse le había resistido.
Era impracticable andar los jueces por la ciudad, ni a pie, ni a caballo, a causa de estar ciegas las calles con las ruinas y muchas paredes amenazando caer, y continuos los temblores con que a su salvo muchos desalmados discurrían por las calles saqueando las casas como si la ciudad la hubieran ganado por fuerza, por hallarlas desamparadas de sus dueños y abiertas por muchas partes. No se reservó de este insulto, ni los mismos conventos y habitación de los religiosos, que como daban paso franco por todas partes, fueron despojo de atrevimiento, hasta que se practicó la prudente diligencia de repartir varias personas, con autoridad suficiente para poder ocurrir a tanto desorden.
El deplorable estado en que quedó esta desgraciada ciudad, sólo puede explicarse diciendo que del todo se acabó: por más que alguna ligera pluma haya querido disminuir su estrago, pues mirada de extremo a extremo, no ha quedado en ella casa que pueda, sin gran recelo habitarse pues aunque se divisan algunos retazos de casas en la ciudad, sirven para horrorizar a los que se acercan a ellas.
Las iglesias de las órdenes de Santo Domingo, de San Agustín, de San Juan de Dios, el colegio Jesuita, el convento de las Trinitarias, único de religiosas en la Concepción, fueron destruidos.
Párrafos del libro editado por la Universidad Iberoamericana como:
Las Cartas Edificantes y Curiosas de Algunos Misioneros jesuitas del siglo XVIII, con selección e introducción del Dr. Guillermo Samperio; antes publicadas aquí, las notas sobre Puebla y Cholula (5 de agosto).
(«Invasión del mar» se le decía a lo que hoy conocemos como maremoto. Y que pregunten a Japón mártir…).
PEDRO ÁNGEL PALOU