En La vida según Attenberg, de Athina Rachel Tsangari, se exploran la irracionalidad humana, el sometimiento en las relaciones de poder y la manipulación, gracias a lo cual ha recibido elogios de la crítica, sobre todo en el Festival Internacional de Cine de Venecia de 2010.
Sin embargo, también se evidencian el temor a la muerte y la soledad como factores de evasión ante la adversidad, que resultan comunes en este drama de 95 minutos, de acuerdo con la historia abordada y escrita por Tsangari, considerada una de las realizadoras de la nueva ola en la cinematografía griega.
El espectador entenderá el sufrimiento de ‘Marina’ (Ariane Labed), una chica de 23 años que vive con su padre, un arquitecto, viudo, en una pequeña ciudad industrial experimental en la costa.
La autora destaca de paso que el amor puede ser un motor muy potente cuando se ama a un ser querido, y esa manifestación tan grande que ella siente por su progenitor la atan y le impiden salir de su marasmo, rebelarse a sí misma y actuar conscientemente.
Además, debido a la educación patriarcal recibida, pues ella quedó huérfana desde muy pequeña, la joven se siente extraña y repele todo contacto con la sociedad en general y con el sexo masculino, principalmente, con el que no se identifica.
Su vida es anodina y monótona, pues se la pasa entre su casa, el hospital adonde lleva a su padre a tratamiento médico y una fábrica en la que sirve como conductora.
Se entretiene escuchando canciones (de Suicide), viendo los documentales de David Attenborough, y por si fuera poco, no sólo su padre manipula su vida sino también ‘Bella’ (Evangelia Randou), su mejor amiga y quien se aprovecha brindándole supuestas clases de educación sexual, aunque la verdad sea dicha, la utiliza para sus propósitos personales.
Un día, un desconocido llega a la ciudad, justo cuando el padre de ‘Marina’ está casi al borde de sus últimos días y eso desencadenará una serie de acontecimientos que transformarán la vida de ella, sobre todo en el terreno sexual en donde temía entrar.
Cabe señalar que la realizadora encierra al espectador en su historia melancólica y dramática. Le bastan cuatro personajes, tres locaciones, el hospital, la fábrica y un hotel para mostrar la actividad de un pueblo en la costa griega.
Persiste en su mirada antropológica a través de una historia cinematográfica para hacer ver las similitudes del comportamiento en el mundo animal con los seres humanos. Basta ver los constantes segmentos en los que la chica y su padre ven documentales en televisión.
Es recurrente ver el sufrimiento de una joven con problemas de identidad sometida por el pensamiento de un padre que no se le ve sano ni cuerdo por ninguno costado.
A ello, la cineasta agrega esas confrontaciones de poder en las que su progenitor se regocija restregándole que pronto va a morir y ella explota diciéndole que deje de torturarla psicológicamente, que la deje ver la vida.
Es tanto el sometimiento, que resulta hilarante la escena en la que ella, previendo la muerte de su padre, tiene una charla con el representante de una funeraria muy vanguardista.
Éste va mostrándole catálogos, uno tras otro, con ataúdes de lujo, urnas de todos los colores y tamaños, así como un plan para que el cuerpo viaje y sea incinerado en el lugar que ella elija conforme al ‘tour’ funerario.
Si bien resulta una posición mordaz y provocativa la de la cineasta griega sobre la muerte, no deja de poner a pensar lo devoradora y caníbal que es la raza humana, aunque de alguna manera logra plasmar ese ritual del cuerpo humano tratando de recordar de dónde provenimos.
El apoderamiento de ‘Bella’ sobre la conducta y comportamiento de ‘Marina’ son más que evidentes desde la primera escena en la que ella le imparte su primera clase de cómo besar a un hombre; sus cuentos fantasiosos de los encuentros sexuales que tiene y que despiertan la sexualidad de su compañera y amiga de correrías.
Las escenas del primer encuentro sexual de ‘Marina’ con el desconocido permiten a muchos de los espectadores identificarse en algún momento con ese pasaje de la vida.
Muestra de alguna forma lo funcional y disfuncional que se ha obligado a los seres humanos a comportarse ante las circunstancias para cumplir con un rol social.
En el reparto figuran Ariane Labed, Giorgos Lanthimos, Vangelis Mourikis y Evangelina Randou, que logran destacadas interpretaciones a lo largo de este drama que ha sido reconocido internacionalmente.
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