Decía el filósofo alemán del siglo XVIII, Inmanuel Kant que la paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte, en una alusión al manejo del tiempo, de la espera en las grandes decisiones. Los persas asumieron en la antigüedad que «la paciencia es un árbol de raíces amargas pero de frutos dulces» y la historia del mundo occidental demuestra en muchos de sus capítulos cómo los favoritos pueden dejar de serlo por ser impacientes, y cómo quien sabe esperar y acomoda los escenarios al tiempo venidero, sale triunfando.
Dos casos aparecen en el ejemplo anterior, en Francia, con un siglo de diferencia, uno el del Superintendente de Finanzas de Luis XIV, Nicolás Fouquet, experto en comidas, vinos, arte, arquitectura, y quien por ser impaciente no supo guardar sus momentos de gloria para presumir al rey y su corte de las riquezas acumuladas. Sorpresa no grata se llevó Luis XIV al ver los lujos, excesos y buen gusto de Fouquet quien lo recibió con un banquete para mil comensales servido por el famoso Francoise Vatel y amenizado por la obra de teatro Moliere Facheux escrita para tan especial ocasión.
Cuentan los historiadores que el rey se quedó pasmado y abandonó de madrugada el palacio donde había sido de alguna manera humillado. Poco después Fouquet fue detenido y murió en extrañas circunstancias en la celda años después perdiendo prácticamente toda su riqueza.
El otro caso es el del Duque de Otranto, que en la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico fue pieza clave en el manejo de la información, considerado por los especialistas como el fundador de los servicios de inteligencia políticos modernos. Era el hombre que más sabía de todos, conocía la vulnerabilidad de los demás.
Fouché tuvo paciencia para conocer, ser y hacer en el lado que mejor le conviniera siempre junto al poder en turno; en la Revolución Francesa migró de los girondinos a los jacobinos más radicales, antimonárquico, para luego desaparecer, esconderse y reaparecer en el Directorio como Ministro de Policía. La red de espionaje que tejió con extrema paciencia le permitió tener un espacio en el Imperio de Napoleón hasta su caída y el asenso de lo Borbones. Peripecias que le ubican en el sentido más exacto del pragmatismo político.
Con siglos de diferencia los escenarios y los errores humanos por no tener paciencia pueden volver a ser una realidad en la ciudad de Puebla, las fuerzas políticas juegan a las escondidillas. Los unos esperan pacientemente que surjan las debilidades de los otros. El supremo no mete más las manos por quien le opacó, el opacador empieza a sentir que el agua le llega el agua al cuello y no culta las mejillas rojizas.
Los ejecutores del veto, le dan largas al tiempo y pacientemente han tejido la red, la trampa diría alguno. Y el primer ejemplo fue la última votación del Congreso del Estado por la Reforma al Artículo 24, de quien se esperaba voto a favor, lo hizo en contra, como muestra de que la paciencia no es la virtud familiar.
Yo le pongo el escenario, usted ponga los nombres.
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