En el tiempo de Navidad la Iglesia celebra el misterio del humilde nacimiento del Hijo de Dios en Belén, anunciado a los pastores (cfr. Lc 2,15-16)[1]; su manifestación a los Magos, «venidos de Oriente» (cfr. Mt 2,1)[2]; y aquella en el Jordán, donde ya adulto, el Padre le proclamó «Hijo predilecto» y fue ungido visiblemente por el Espíritu Santo, para comenzar públicamente su ministerio mesiánico (cfr. Mt 3,17)[3].
El nacimiento del Salvador en los Evangelios
“Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo, siendo Cirenio gobernador de Siria. Todos tenían que ir a inscribirse a su propio pueblo. Por esto, José salió del pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David. Fue allá a inscribirse, junto con María, que estaba comprometida para casarse con él y se encontraba en cinta” (Lc 2,1-5). “Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su primer hijo, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón” (Lc 2, 6). “Los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2,15-16). “Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho. Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11).
La fecha de Navidad
Los Evangelios no proporcionan datos acerca de la fecha del nacimiento de Cristo. En cuanto a la celebración de la Navidad, nada se menciona hasta el año 200, en que aparece la primera evidencia en Egipto. Unos la celebraban el 25 de pachon (20 de mayo)[4], otros el 28 de marzo[5], y otros el 11 ó 15 de tybi (6 ó 10 de enero). En Roma, ya antes del 354 era celebrada el 25 de diciembre, como señala el Calendario de Filocalio[6]. Esta costumbre pasó a Oriente[7]. San Juan Crisóstomo lo atribuía a datos del censo a la Sagrada Familia, que se encontraban en Roma[8]. Otros afirman que la fecha resultó del cálculo a partir del servicio de Zacarías en el Templo (del 2 al 9 de octubre), de donde se deduce que la concepción de Cristo fue en marzo, y su nacimiento en diciembre. Otros opinan que fue resultado de “cristianizar” la fiesta solar pagana “Natalis Invicti”. El primer texto conocido que relaciona el nacimiento de Cristo y el del sol, es de Cipriano[9]. En el siglo IV Crisóstomo decía: «Nuestro Señor, también nace en el mes de diciembre… ellos lo llaman el «Nacimiento del Invencible». ¿Quién hay que sea tan invencible como Nuestro Señor…?»[10]:
Los Nacimientos
Las representaciones del pesebre de Belén ya existían desde la antigüedad. Sin embargo, fue san Francisco de Asís, fundador de la orden franciscana, quien en la ermita de Greccio inició la costumbre de preparar pequeños nacimientos en 1223. Su idea se popularizó rápidamente. Carlos III ordenó que los «Belenes» se extendieran en todo el reino itálico y español. En América, los frailes los introdujeron para la evangelización. La preparación de los nacimientos es una ocasión para que los miembros de la familia se unan y entren en contacto con el misterio de la Navidad, para así, descubrir cada vez mejor el valor sagrado de la vida, y adoptar una actitud de solidaridad para con los pobres, porque el Hijo de Dios «siendo rico se ha hecho pobre» para enriquecernos «por medio de su pobreza» (2 Cor 8,9)[11].
El árbol de Navidad
Según investigadores, el árbol navideño tiene su origen en el paganismo centroeuropeo, donde se rendía culto a los dioses en los bosques. El cristianismo le dio un nuevo significado, simbolizando, tanto el árbol de la vida en el Jardín del Edén (cfr. Gn 2,9), como el árbol de la Cruz, que nos obtuvo el fruto maravilloso de la salvación[12]. Parece que este uso comenzó en el siglo XVII en Estrasburgo (Francia), de donde se difundió al norte de Europa, sobre todo en países protestantes, para suplir el uso de imágenes. En 1841, el príncipe Alberto (+1862) lo introdujo en Gran Bretaña y de ahí pasó a los Estados Unidos. Con el correr de los años, el árbol de Navidad, como símbolo del nacimiento del Señor, pasó también al catolicismo.
La bendición Papal Uribi et Orbi
Urbi et orbi, palabras que en latín significan «a la ciudad [Roma] y al mundo». Eran la fórmula habitual con la que empezaban las proclamas del Imperio Romano. En la actualidad es la bendición más solemne que imparte el Papa, y sólo él, dirigida a la ciudad de Roma y al mundo entero.
La bendición Urbi et orbi se imparte durante el año siempre en dos fechas: el Domingo de Pascua y el día de Navidad, 25 de diciembre. Se hace desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, llamado por eso Balcón de las bendiciones, adornado con cortinas y colgantes, y con el trono del Papa colocado allí, y para ella el Papa suele revestirse con ornamentos solemnes (mitra, báculo, estola y capa pluvial) y va precedido de cruz procesional y acompañado de cardenales-diáconos y ceremonieros. También es impartida por el Papa el día de su elección; es decir, al final del cónclave, en el momento en que se presenta ante Roma y el mundo como nuevo sucesor de San Pedro.
La característica fundamental de esta bendición para los fieles católicos es que otorga la remisión por las penas debidas por pecados ya perdonados, es decir, confiere una indulgencia plenaria bajo las condiciones determinadas por el Derecho Canónico (haber confesado y comulgado, y no haber caído en pecado mortal). La culpa por el pecado es remitida por el Sacramento de la Reconciliación (confesión), de manera que la persona vuelve a estar en gracia de Dios, por lo cual se salvará si no vuelve a caer en pecado mortal; empero, la pena debida por esos mismos pecados debe ser satisfecha, es decir, se debe reparar y compensar el desorden introducido por el pecado, lo cual se lleva a efecto por medio de la penitencia impuesta en el sacramento, por medio de otras obras buenas y, en último caso, por medio del sufrimiento del Purgatorio. Dado que la indulgencia plenaria remite completamente esa pena debida, el fallecido sin haber caído nuevamente en pecado no ha de pasar por el purgatorio y accede directamente al cielo. De acuerdo a las creencias de los fieles, los efectos de la bendición Urbi et orbi se cumplen para toda aquella persona que la reciba con fe y devoción, incluso si la recibe a través de los medios de comunicación de masas (televisión, radio, internet, etc.).
La Misa y la cena de Noche Buena
La Noche Buena (24 de diciembre), después de “arrullar” y “acostar” al Niño Dios recién nacido en el Nacimiento, en muchas familias se acostumbra repartir regalos, recordando el don maravilloso que Dios nos ha hecho al enviarnos a su Hijo Único, con lo que también nos enseñó a compartir. Luego se tiene una cena. Sería maravilloso esta Noche participar en la “Misa de Gallo”, o al menos meditar en familia el Evangelio que narra el Nacimiento del Salvador, y elevar oraciones de acción de gracias a Dios, fortaleciendo los lazos de unión familiar.
Otras celebraciones en el tiempo de la Navidad
Durante el tiempo navideño tienen lugar otras celebraciones, íntimamente relacionadas con el misterio de la manifestación del Señor: el martirio de los Santos Inocentes (28 de diciembre), cuya sangre fue derramada a causa del odio a Jesús y del rechazo de su reino por parte de Herodes (cfr. Mt 2,16-17)[13]; la fiesta de la Sagrada Familia (domingo dentro de la octava); la solemnidad del 1º de enero, memoria de la maternidad divina, virginal y salvífica de María. Y aunque fuera ya de los límites del tiempo navideño, la fiesta de la Presentación del Señor (2 de febrero), celebra el encuentro del Mesías con su pueblo, representado en Simeón y Ana[14].










