Al filo del agua con su pueblo de gente enclaustrada, puertas y ventanas absortas, con sus casas llenas de prejuicios, de sexos contenidos, oraciones sin tregua y que termina con el inicio de la Revolución, no sólo, opina Arturo Azuela, desarrolla conflictos ciudadanos o coyunturas históricas, sino que participó en la profunda revolución de la narrativa latinoamericana.
El escritor, académico y ensayista recordó a Agustín Yáñez, considerado por los especialistas como el autor de una de las más importantes novelas de nuestro continente, y de quien este 17 de enero se celebra su 32 aniversario luctuoso.
Azuela, presidente del Seminario de Cultura Mexicana y especialista en la obra de Yáñez todavía recuerda su primer encuentro con esta obra, momento al que define como uno de los más memorables de su vida:
«Aquella tarde de noviembre del 57, sólo leí el Acto preparatorio y me quedé profundamente impresionado, no lo sabía bien a bien, pero detrás de cada frase, de cada fragmento, había una extraordinaria musicalidad. Además de la riqueza del lenguaje, se acumulaban las imágenes y muchos sentimientos antagónicos. Frente a los rumores y las risas estaban los llantos y los gritos, junto a la nobleza de la cantería aparecía la fachada más humilde, arriba del pueblo sin fiestas se extendía un sol con su ejército de vibraciones».
Recordó que Agustín Yáñez ya era gobernador de Jalisco cuando él leyó por primera vez Al filo del agua. En la opinión pública se escuchaban muchas cosas sobre este gran escritor.
«En México, entre sus tareas políticas y académicas, el autor de Al filo del agua había estado en contacto con los grandes escritores del grupo Contemporáneos; entre la obra inicial del exilio español y las aportaciones de los Ateneístas».
Azuela afirmó que fue en la transición de una sociedad tradicional que se desplazaba hacia la urbe, en esa etapa de transferencia, de mano de obra desocupada, de tierra adentro a la ciudad, que se publica Al filo del agua.
«Así como las grandes novelas que se publican en aquellos mismos años El señor presidente, Adán Buenos Aires, Los pasos perdidos, El Aleph, La vida breve, los mitos se vinculan a los nuevos lenguajes y la carga poética y mágica de los nuevos estilos a la corriente de imaginaciones poderosas, esas inteligencias profundas, visionarias, como la de Yáñez, transformaron los textos para hacerlos más críticos, renovadores y universales».
Arturo Azuela citó al especialista Jean Meyer cuando habla de esta novela y del orgullo de los jaliscienses y de la importancia que se daban los alteños: «El sentimiento indisoluble de pertenecer a la patria chica desemboca en apego muy fuerte a su tierra, a sus paisajes, una fidelidad a sus costumbres y tradiciones. El campesino de aspecto algunas veces señorial, de los Altos de Jalisco, es a menudo propietario de su tierra desde hace varias generaciones».
Los personajes rurales de Al filo del agua, afirmó Azuela, generalmente son propietarios de las tierras que ellos mismos trabajan, son personajes arraigados a su mundo circundante, a sus pequeñas propiedades agrícolas.
«Hay diferencias notables entre Altos y el sur de Jalisco: la tradición cultural alteña es más fuerte que la sureña. Yáñez, pertenece a los altos donde había una estabilidad social de muchos años y un escaso movimiento de sus habitantes, ya que las tierras estaban repartidas en muchas manos».
Aseguró que de aquellos tiempos de tantos recuerdos, el narrador salta a alguna época de orfandad espiritual, a los antiguos hogares destruidos, al derrumbe de la civilización occidental, al irracional misterio de la existencia y, entre tantas otras incertidumbres, a un mundo dislocado y al colapso de creencias y mitos de varios siglos.
«En un mundo que busca la estabilidad y cambios profundos, con una América Latina aislada y dividida, la narrativa se transforma y derrumba prejuicios y críticas injustas. El tránsito termina pronto y se abren las puertas de una etapa de consolidación. La gran novela de Yáñez sería reconocida como el parteaguas sustancial».
Después de 1970, recordó Azuela, Yáñez se dedicó fundamentalmente a su obra literaria, tan sólo en el Seminario de Cultura Mexicana se publicó Despertar en Guadalajara (1971) y muchos prólogos, artículos y ensayos aparecieron en las más importantes instituciones culturales de México.
«El Fondo de Cultura Económica reeditó Los sentidos al aire y también se publicaron La ladera dorada (Grijálbo) y Las vueltas del tiempo (Mortiz), entre otros. En España, participó en Huelva y en Madrid, con pregones y discursos dedicados a la cultura hispanoamericana. Es famoso su pregón de las Fiestas de San Isidro de Madrid en mayo de 1977».
El escritor y académico señaló que Al filo del agua también supera el costumbrismo de una larga etapa de la narrativa hispanoamericana y rebasa la anécdota y los lenguajes de los paraísos idílicos de nuestro mundo rural.
«Es por ello que, además de los conocidos comentarios filológicos de Adolfo Caicedo, Francoise Perus dio a conocer otros puntos de vista literarios en torno a la poética narrativa de Agustín Yáñez en Al filo del agua».
Azuela aseguró que aunque se ha dicho que Yáñez no presenta una acusación contra la Iglesia, pues está muy lejos de la diatriba, es la institución misma la que, de acuerdo con su proceso histórico, se va transformando en su propia víctima.
En la novela los males, los prejuicios, el quebrantamiento de las tablas de la ley o los pecados capitales en las vidas cotidianas van arrasando con la pureza del camino para encontrar los paraísos de la salvación. El mundo plasmado en el texto, dijo, pierde su armonía en su búsqueda infructuosa de ese lugar del más allá donde, después de esta vida, donde se está bien con Dios.
Mencionó que a lo largo de las décadas, poco a poco aumentan los buenos lectores de Al filo del agua, y la narrativa hispanoamericana, sin olvidar su sólida tradición, se sigue abriendo hacia nuevos horizontes.
Recordó finalmente al escritor Carlos Monsiváis cuando en su análisis Pueblo de mujeres enlutadas, con su agudo sentido literario, sabe que el Agustín Yáñez incita al lector hacia una actitud creativa, hacia una participación activa, y una recreación de los entornos y la interioridad de los personajes.
«En muchas ocasiones la poesía en prosa hace del pasado un presente vivo, la realidad de un futuro inmediato. Por eso también, en diversos aspectos, esa fiel recreación de la vida de un pueblo al borde del estallido revolucionario hace que la novela sea un testimonio histórico, en la que la historia del país se hace presente no sólo por plazas y calles, sino también en las profundas y universales actitudes de sus inolvidables personajes», concluyó.