“Nunca te conviertas en adversario de quien tiene más poder que tú… y menos paciencia.”
Lex Luthor
LEYENDO ENTRE LÍNEAS: La relación entre México y Estados Unidos ha estado históricamente marcada por una mezcla compleja de cooperación estratégica, dependencia económica y tensiones políticas. El anuncio reciente de Pam Bondi en el Senado de EE. UU., clasificando a México como un país adversario, no debe entenderse como una simple declaración mediática, sino como una señal de alerta que puede traducirse en medidas económicas, diplomáticas y comerciales de gran calado.
En este contexto, la respuesta emocional o de confrontación por parte del Gobierno mexicano nos ubica en el peor escenario posible. La historia reciente nos ofrece ejemplos dolorosos: Venezuela, al romper lazos con socios estratégicos y adoptar un discurso antiestadounidense, aceleró su aislamiento internacional y sufrió una crisis económica, política y humanitaria que persiste hasta hoy. Lo que se presentó como un acto de soberanía terminó convertido en populismo destructivo.
México debe evitar ese camino. Si bien es legítimo diversificar sus relaciones internacionales, particularmente en el ámbito energético, esto debe hacerse con visión estratégica, evitando provocaciones o momentos inadecuados y manteniendo canales de diálogo abiertos. La sobrerreacción o el nacionalismo mal encauzado solo transforman un diferendo diplomático en una crisis de gran escala.
En tiempos de tensiones internacionales, la inteligencia diplomática vale más que los discursos de mañana o los “apoyos” de plaza. Y la historia, si se ignora, siempre encuentra la forma de repetirse, solo que ahora con intereses más altos, mayores restricciones migratorias y gasolina más cara. Aunque se dijo que “no había pruebas”, tres bancos ya fueron exhibidos y soslayada y sospechosamente intervenidos.
DESTRUYENDO AL ADVERSARIO: Estados Unidos ha creado un marco institucional, unilateral y muy sólido para responder contra países considerados adversarios. Entre 2016 y 2022, el Departamento del Tesoro emitió más de 9,000 sanciones individuales a gobiernos, empresas y ciudadanos extranjeros, según datos del Office of Foreign Assets Control (OFAC). Los principales blancos han sido Irán, Corea del Norte, Rusia, Venezuela y Siria, y los efectos van desde la congelación de activos hasta la prohibición de acceso a los sistemas financieros internacionales.
Juan Zarate, exsubsecretario del Tesoro para Terrorismo e Inteligencia Financiera y autor del libro “Treasury’s War”, explica que estas medidas funcionan como una forma de guerra financiera silenciosa. Según Zarate, ‘Estados Unidos no necesita enviar tropas para paralizar la economía de un país. Basta con aislarlo del dólar’. Esta doctrina ha sido aplicada a los países involucrados con éxito variable, pero con consecuencias profundas. En el caso de Irán, por ejemplo, las exportaciones de petróleo cayeron más del 70% tras las sanciones de 2018, dato de la Agencia Internacional de Energía.
Históricamente, cuando Estados Unidos clasifica a un país como adversario, las consecuencias no tardan en manifestarse. Las sanciones económicas son la primera línea de respuesta: congelamiento de activos, bloqueo de transferencias financieras, restricciones a exportaciones estratégicas, y, mucha atención, exclusión de mercados de deuda. Según el Congressional Research Service, en el caso de Venezuela, las sanciones aplicadas desde 2015 redujeron el acceso del país a financiamiento internacional en un 80%, mientras que el comercio bilateral cayó más del 70% en menos de cinco años.
El politólogo Edward Fishman, exfuncionario del Departamento de Estado, ha documentado cómo estas medidas tienen efectos de disuasión regional: no solo impactan al país sancionado, sino que envían un mensaje a otros gobiernos sobre los costos de romper alineamientos estratégicos, como el T-CAM, con Washington. En sus palabras, “una designación como adversario convierte cada reunión diplomática, cada contrato internacional y cada operación comercial en un campo minado”.
DE FONDO: Pam Bondi, exfiscal general de Florida y actual fiscal designada en temas internacionales por la administración estadounidense, compareció ante el Senado y soltó lo que muchos creían exageración de sobremesa: México es un país adversario de Estados Unidos. ¿El argumento? Cooperación energética con Rusia, permisividad con el crimen organizado, y un gobierno que “no coopera” lo suficiente y ejerce una muy cómplice connivencia.
La declaración —respaldada con entusiasmo por el senador republicano Lindsey Graham— no fue solo un desliz retórico. Tiene implicaciones concretas, desde sanciones económicas hasta cambios en los flujos de inversión, pasando por restricciones a exportaciones y endurecimiento migratorio. Es decir, no es una tormenta en vaso de agua: es un huracán con nombre y apellido… y sin visa.
Todo esto ocurre mientras México coquetea diplomáticamente con Rusia en materia energética, en un contexto donde Estados Unidos sigue en guerra fría energética con Moscú y exige a sus socios cerrar filas. Pero México, fiel a su costumbre de querer estar bien con Dios y con el diablo (sin pagarle a nadie), hace guiños a Rusia mientras espera que Washington no se moleste… Ojo: se molestó.
DE FORMA: Desde el punto de vista económico, esta declaración no es gratuita ni simbólica. El que un funcionario estadounidense, en sesión formal del Senado, catalogue a México como “adversario” es el equivalente diplomático de que tu pareja te diga en público: “te quiero, pero me haces daño”, “no soy yo… eres tú”.
Las repercusiones van desde restricciones a la inversión y el freno a tratados de cooperación, hasta la revisión de programas conjuntos de seguridad y energía y, cómo no, la estigmatización internacional en mercados financieros (sí, las calificadoras sí ven C-SPAN). Algunas de esas restricciones empezaron, desde que éramos “amigos,” con la mayor presión migratoria y las posibles medidas de “castigo indirecto” (los hijos de los migrantes nacidos en Estados Unidos ya no serán ciudadanos norteamericanos).
Mientras tanto, México responde con diplomacia light: “Queremos diálogo, soberanía y energía barata, venga de donde venga… aunque se hipoteque en rublos”. El propio actual Secretario de Relaciones Exteriores de México, en febrero y marzo de 2022, en su calidad de embajador mexicano ante la ONU condenó la invasión y pidió respeto a la soberanía de Ucrania. ¿Y ahora?
Tan simple… que en Palacio Nacional no lo ven. Hay fuego diplomático y nosotros estamos tratando de apagarlo con gasolina rusa.
DEFORME: En la Secretaría de Economía están más preocupados por si los aguacates mexicanos ya no van al Super Bowl que por las posibles sanciones. En Energía, aseguran que hablar con Rusia “es como platicar con el gas: volátil, pero necesario.” Y Pemex, por su parte, sigue buscando petróleo en los memes y gasolina en Texas.
Mientras tanto, en Palacio Nacional, alguien propone una solución “creativa”, invitar a Putin a supervisar el Tren Maya, pero solo si trae gasolina barata y no se mete en los cenotes.
Porque así somos, pasamos del T-MEC al T-MOR (Tratado Medio Oscuro con Rusia). Ojo: desde el 25 de diciembre de 1991, Rusia ya no es comunista, cobra en dólares, factura en euros y sanciona en rublos, también invade.
Total, que nos llamen “adversarios”, pero que no nos falte el brindis. Salud… y sanciones.