Juan Cueto, ese cronista siempre añorado del aquí y ahora que poseía penetrantes datos y lucidez no ya de lo que estaba ocurriendo sino de lo que iba a venir, me habló con entusiasmo de la serie Perdidos cuando esta comenzó a emitirse en Estados Unidos. Destacaba su originalidad y su misterio, su capacidad hipnótica y su atmósfera. Degusté esas virtudes durante la primera temporada. Después acabé saturado de monstruos y de un desarrollo que me resultaba caprichoso, en el que los guiones se permitían todo tipo de disparates. Me resultaba tan efectista como arrogantemente incoherente. Tampoco me dejaron el menor poso sentimental sus personajes. No lamenté que finalizara después de haber exprimido a la vaca hasta el aburrimiento. Pero conozco a espectadores cuyos gustos me merecen respeto que sienten mono de ella, que estuvieron enganchados hasta el final.
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