«La procrastinación es como una tarjeta de crédito: divertida al principio, pero dolorosa cuando llega la cuenta.»
Tim Urban
DEJA PARA MAÑANA LO QUE NO TE DA LA GANA HACER HOY: Si bien se origina en la antigua Roma, el término “PROCRASTINAR” retoma posicionamiento (casi como neologismo) hasta este siglo XXI. El término «PROCRASTINACIÓN» proviene del latín «procrastinare», «Pro», que significa hacia adelante o en “favor de” y «Cras», que significa “mañana”. Así que, literalmente, procrastinar significa «dejar algo para mañana» (como el Plan A,B,C, o D contra los aranceles de Trump).
Con el auge de la psicología y la economía del comportamiento, la procrastinación se ha estudiado más a fondo. Hoy sabemos que no es solo un problema de falta de disciplina (como lo definió la iglesia en la edad media), sino que está relacionada con la gestión del tiempo, la ansiedad, la impulsividad y el funcionamiento del cerebro, concretamente el lado izquierdo del mismo.
En la actualidad, la procrastinación se ha convertido en un fenómeno ampliamente estudiado, especialmente con la llegada de las redes sociales y la (in)cultura digital, que hacen que sea más fácil distraerse y posponer lo importante.
No lo podemos negar, todos hemos experimentado la procrastinación, diferimos y muchas veces no realizamos tareas importantes para hacer algo aparentemente más placentero, como ver videos mentirosos o guapachosos o pasear – o peor, actuar- sin rumbo en redes sociales. ¿Alguna vez se ha preguntado cuánto cuesta económicamente esta pérdida de tiempo? La procrastinación no solo afecta la productividad personal, sino que también tiene un impacto en la economía a gran escala.
La procrastinación, especialmente la que se genera en la vía política o burocrática ha dado lugar a toda una teoría económica: la “microeconomía de la dilación”. En términos individuales, postergar tareas puede traducirse en horas de trabajo ineficaz. Imagine que un empleado promedio pierde 30 minutos al día en distracciones innecesarias. Si su salario es de $20 por hora, al final del año habrá “tirado” aproximadamente $2,500. Ahora, multiplícalo por millones de trabajadores: la pérdida en términos de productividad es abrumadora.
En el ámbito corporativo, la procrastinación se traduce en proyectos retrasados, reuniones eternas sin decisiones concretas y correos electrónicos ignorados. Un estudio estima que el costo de la procrastinación en el entorno laboral de EE.UU. supera los $650 mil millones de dólares anuales en pérdida de productividad. Esto no incluye el impacto en la moral de los empleados ni los costos indirectos de clientes insatisfechos. Con un enfoque despiadado, Elon Musk mantiene una lucha despiadada contra el fenómeno. Diagnóstico correcto, medicina equivocada.
Y, en el fondo tiene razón, si un gran número de personas en un país pospone tareas esenciales -como pagar impuestos, diferir resoluciones judiciales, concluir obras que debieron concluirse años antes, realizar trámites administrativos, o incluso votar- las graves consecuencias pueden ser económicas y políticas. Países con alta ineficiencia burocrática (Cuba, Venezuela, Argelia, Honduras, México) suelen ver cómo la procrastinación institucional desestimula la inversión y limita el crecimiento económico.
Desde la óptica de la economía del comportamiento, la procrastinación se explica por sesgos cognitivos como la DESCONTABILIDAD HIPERBÓLICA, que nos hace preferir gratificaciones inmediatas sobre beneficios futuros. Este fenómeno afecta el ahorro para el retiro, la toma de decisiones financieras y hasta la capacidad de mantener hábitos saludables (¿se acuerdan del INSABI?).
PROCRASTINACIÓN MONETIZADA: Paradójicamente, la procrastinación ha generado industrias rentables. Aplicaciones de productividad, cursos de gestión del tiempo y técnicas como el «Método Pomodoro» han florecido debido a la desesperación de la gente por recuperar el tiempo perdido. Se ha monetizado la lucha contra la distracción con música diseñada para mantener la concentración: Si conoce la necesidad, puede crear el satisfactor.
Pero la dilación que nos ocupa también afecta al consumidor, como ente económico. Las marcas y los minoristas aprovechan la procrastinación de los consumidores. Los descuentos de «última hora», las ofertas relámpago y las compras impulsivas apelan a quienes han postergado decisiones de compra hasta el último momento. Amazon y otras plataformas de comercio electrónico diseñan sus algoritmos para jugar con esta tendencia.
Y para dimensionar su alcance, la procrastinación también ha impulsado a la economía informal. Personas que postergan pagar impuestos a tiempo pueden recurrir a gestores informales para evitar multas. En algunos países, los procrastinadores de trámites migratorios o legales dependen de intermediarios (cómplices) que agilitan procesos burocráticos.
Y como llevamos ocho meses pronosticando un año de crisis y recesión, éstas llegarán porque es obvio que a nivel macroeconómico, los gobiernos que posponen decisiones clave pueden agravar las crisis financieras. La falta de acción en la regulación bancaria contribuyó a la crisis del 2008, y los retrasos en la toma de medidas fiscales (aranceles) suelen empeorar las recesiones. Como dicen los economistas: “hacer nada puede ser más costoso que hacer algo mal”.
En la época de la “Generación de Cristal”, de la alteración de valores y de verborrea ociosa, se han propuesto diversas estrategias que han intentado combatir la procrastinación económica: desde incentivos fiscales para fomentar el ahorro, hasta herramientas digitales para mejorar la productividad. Sin embargo, al final, la economía del tiempo perdido sigue siendo un problema persistente. Quizás el mejor remedio es aceptar que todos procrastinamos… y encontrar formas de hacerlo rentable.
DE FONDO: Un ejemplo vivo de procrastinación en la política mexicana es la falta de preparación ante las deportaciones masivas anunciadas por el gobierno de Estados Unidos en 2025. A pesar de las advertencias y la urgencia de la situación, el Instituto Nacional de Migración (INM) opera con recursos limitados y sin una estrategia integral para enfrentar una posible crisis migratoria. El Presupuesto de Egresos de la Federación 2025 asignó apenas 1,700 millones de pesos al INM, una cifra significativamente menor a los más de 33,000 millones de pesos ejercidos en 2024. Esta falta de previsión y acción oportuna podría derivar en una crisis humanitaria y logística en la frontera, evidenciando una procrastinación institucional que afecta tanto a migrantes como a las comunidades receptoras, por extensión, a todo el país.
En la era cibernética y a pesar del crecimiento exponencial de la inteligencia artificial (IA) y su impacto en múltiples sectores, el gobierno de México ha pospuesto repetidamente la creación de una regulación adecuada para esta tecnología. Mientras países como Estados Unidos y la Unión Europea han avanzado en normativas para proteger la privacidad, los derechos laborales y la transparencia algorítmica, en México no se ha logrado avanzar más allá de propuestas generales.
El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y la Secretaría de Economía han sugerido medidas para impulsar el desarrollo de IA en México, pero no han concretado acciones efectivas, o sea que también procrastinan. Como resultado, empresas privadas implementan esta tecnología sin un marco claro, lo que podría derivar en problemas de desinformación, sesgo algorítmico y explotación laboral.
El caso más visible de esta procrastinación ocurrió en febrero de 2024, cuando la Suprema Corte pidió a los legisladores establecer lineamientos sobre el uso de IA en procesos judiciales y administrativos. Sin embargo, el Congreso decidió aplazar el debate, priorizando temas electorales y presupuestarios. Temas menos importantes y hasta ilegales, se han desahogado en el fantástico ritmo de un día para su aprobación, obviamente sin discusión y, muchas veces, sin análisis ni lectura, bastó la orden ejecutiva.
DE FORMA: Tim Urban, reconocido mundialmente por su conferencia «Inside the Mind of a Master Procrastinator», donde usa un enfoque humorístico para describir cómo la mente de un procrastinador funciona, establece la declinación del ser racional con una tipología que comprende al no procrastinador, cada vez más escaso y es el “Tomador Racional de Decisiones”, el que planifica bien; le sigue el “Mono de la Gratificación Instantánea”, que prefiere la diversión inmediata (incluya al político de su preferencia) y concluye con el “Monstruo del Pánico”, que solo aparece cuando el plazo de entrega está cerca.
DEFORME: Si no hay Plan (A,B,C, o D) no importa, procrastinamos en el Zócalo y diferimos todo para abril.