No hay Madrid que por ahora pueda con Messi, el mayor castigo de su historia. Ni siquiera cuando el equipo de Mourinho se aplica como nunca y el Barça aún tiene agujetas. El sí que es único: con Messi al frente, el equipo azulgrana no tiene calambres y el Madrid, de una manera o de otra, se camufle con un juego recortado o acepte el duelo con firmeza, acaba por sucumbir. Le ocurrió en la Supercopa, algo más trofeo veraniego. No hay debate entre este Barça y este Madrid que resulte intemporal. Cada duelo esgrimista entre ambos parece el apocalipsis. Los azulgrana, por más que se aproxime su rival, llevan ventaja. Entre ellos nada es un asunto menor. El Madrid no regatea esfuerzos pero este Barça es tan glorioso que en el umbral de su cuarta temporada, Pep Guardiola ya es el técnico más laureado de la historia culé (11 títulos por diez de Johan Cruyff). Fue su noche, la de Messi, la de Cesc, y la de todo el barcelonismo. El Madrid todavía debe esperar.
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Messi sí que es único