Dentro de la literatura romántica argentina, dos poetas considerados de «tono menor», lograrán ganarse un lugar representativo: Ricardo Gutiérrez y Rafael Obligado Ortiz; éste último brillará con luz propia gracias a su propuesta poética al grado de ser considerado «poeta nacional».
Rafael Obligado nació en el seno de una familia potentada el 27 de enero de 1851, en Buenos Aires. Sus padres, don Luis Obligado Saavedra y doña María Ortiz Urien conformarían su personalidad de «hombre rico, según Sainz de Robles, bienhallado, independiente, amante del retiro, y por lo tanto, desconocedor de las luchas de la vida, pasando su existencia entregado a los serenos placeres del espíritu. Amó los libros bíblicos, de los que sacó no pocas imágenes. Amó las letras españolas, en las que aprendió su castiza expresión y su realista naturalidad».
Con base en dicha formación desarrolló una fervorosa afición poética dirigida hacia el canto de «la pampa» y la resurrección de la vida de los gauchos, actividad que lo llevaría a confeccionar el único volumen que publicó: «Poesías» (1885).
Dicho libro se encuentra compuesto de un conjunto de seis leyendas versificadas: «Santos Vega», «La Salamanca», «La mula ánima», «El yaguarón», «El cacuí» y «La luz mala». De ellas, será «Santos Vega» el que pronto se distinguió como la obra maestra del autor por girar su temática en torno a la conmemoración del gauchismo.
El «Santos Vega» de Obligado, porque ya antes otros autores habían tratado a este personaje, como es el caso de Hilario Ascasubi o Estanislao del Campo, es la narración en cuatro cantos de una rítmica sonoridad, de las aventuras de un gaucho payador (especie de juglar) llamado precisamente Santos Vega.
El primer canto, llamado «El alma del payador», relata cómo el alma de aquel gaucho se ha pasado una noche tocando una guitarra que quedó descuidada junto al pozo.
Aquí, se lo evoca a Santos Vega como una sombra lejana, identificándolo exaltadamente con el paisaje de la vida tradicional de la pampa y con el alma misma del campo argentino.
En el segundo canto, titulado «La prenda del payador», aparece el legendario personaje en pleno idilio con su «prenda» (una mujer), inspiradora de sus cantos y dueña de su corazón. Hasta aquí Santos Vega vive del amor y de las canciones en la campiña argentina:
Yo siento por el dolor
de la chusma miserable
la suprema, la inefable
maternidad del amor…
Pero cuando llega la hora de luchar por la libertad, surge el canto tercero, «El himno del payador», donde se evoca con vigoroso trazo y aliento épico, las guerras de independencia de la patria argentina, en la que los gauchos tomaron parte tan decisiva: Santos Vega se convierte en el «Tirteo» de los gauchos, a los que anima a tomar las armas en pos de la guerra santa emancipadora. Y en el cuarto y último canto, «La muerte del payador», que es la parte más hermosa y emocionante del poema, se describe el desafío que Juan sin Ropa le hace a Santos Vega, el cual acepta gustoso.
Sin embargo, Juan sin Ropa, que no es otro que el diablo, logra cantar de manera más dulce y seductora, y el famoso payador muere corporalmente y su espíritu es condenado a vagar por la pampa, en busca de una guitarra abandonada con la que acompañar sus canciones.
Con la derrota de Santos Vega por el diablo, Obligado simboliza el espíritu europeo y civilizador que poco a poco expulsa lo nativo y autóctono, enfrentando así la cultura y valores tradicionales populares al «progreso».
En efecto, mediante versos de hondo sentido y traspasados de carácter tradicionalista y nostálgico nuestro escritor construye una imagen crítica de un adiós, un adiós triste y melancólico por toda una época que veía irse para no volver ya nunca más, una época vencida por el soplo irresistible y devastador de las transformaciones del progreso, creador de nuevas formas sociales y de una nueva vida, como por ejemplo, la inmigración.
Asimismo el «Santos Vega» resume en la música y melodía de sus versos toda el alma nacional. La descripción del paisaje nativo, el gaucho; sus amores, las guerras de independencia, el progreso europeo y extranjerizante transformando luego las costumbres y la vida del país, todo vive en los brillantes y adecuados versos de sabor criollo y viril energía del famoso poema.
Ahora bien, cabe mencionar que Obligado no es un poeta que pertenezca a la rama gauchesca propiamente dicha, es decir en lengua vulgar, como la cultivada en la tradición de Ascasubi, del Campo o Hernández.
El protagonista de su poema es sin duda un gaucho, un gaucho más legendario que real, pero el lenguaje en que está escrito, a pesar de la incorporación en su léxico de numerosos argentinismos y palabras dialectales, es culto y no gauchesco. Por ello, Obligado pertenece a la rama culta o más artística de la poesía gauchesca, que proviene de Echeverría.
Dijo alguna vez el mismo Obligado: «Nunca he soñado con ser poeta gauchesco, no imaginando disfrazarme con una indumentaria y una mentalidad, ajenos a mis hábitos y a mi pensamiento». Pocos, no obstante, han sentido y querido al gaucho como él.
Justamente, tal es la senda que trazó Obligado con su «Santos Vega», llena de delicadeza y encanto, que Leguizamón emitirá la siguiente reflexión: «Su espíritu, en contacto con la pampa aledaña y fáustica, recogió las voces susurrantes de la tradición, portadores de la antigua leyenda.
En este sentido es Obligado el poeta nacional, el cantor de los elementos típicos y de las tradiciones del país.
Y no era en él una mera inclinación espontánea o instintiva, sino, también, el propósito consciente de dar al arte nacional contenido y formas propios».
Mientras exista Argentina y perduren sus valores específicos nacionales, la lírica obligadoriana vivirá como un bello símbolo en la memoria de los argentinos amantes de su tierra y de sus tradiciones.
Obligado murió el ocho de marzo de 1920 en Mendoza, Argentina, no sin antes haber participado como cofundador de la Academia Argentina de Ciencias y Letras y organizar con Miguel Cané la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Paco Echeverría
Óclesis