Aquiles Cordova Morán
En días recientes fue arteramente asesinado el joven reportero Luis Carlos Santiago Orozco, quien trabajaba, según se ha dicho, para el periódico «El Diario» que se publica en Ciudad Juárez Chihuahua.
A decir de los directivos de la publicación, este es el segundo asesinato de que son víctimas sus reporteros en un tiempo relativamente breve, y de ahí la preocupación y urgencia con que están tratando el asunto.
En medio de la barahúnda de declaraciones de solidaridad, pronunciamientos condenatorios y exigencias de justicia que inevitablemente tenía que formarse dada la profesión de la víctima, ha logrado imponerse y hacerse escuchar, afortunadamente, el editorial aparecido en las páginas del propio diario agredido en su edición del día viernes 17 de los corrientes.
En mi modesto juicio, la atención y el gran interés que tal editorial ha provocado, están más que justificados y merecidos, ya que se trata de algo inédito y absolutamente impensable, hasta hoy, en el periodismo mexicano.
No haré la reseña completa del editorial por falta de espacio y porque ha sido muy difundido y comentado desde su aparición.
Citaré únicamente (y no de modo literal, con el riesgo de equivocarme) los conceptos que a mi juicio le dan su valor excepcional al escrito.
Comenzaré por el propio título: ¿Qué es lo que se quiere de nosotros? reza el encabezado. Como fácilmente se advierte, la pregunta va formulada directamente a los asesinos de Luis Carlos Santiago, y es por eso que aquí comienza lo inédito y lo sorprendente del editorial.
Ya en el cuerpo de la nota se precisa: queremos saber qué es lo que no les gusta de nuestra actividad a quienes nos agreden; qué creen ellos que debemos publicar y qué no; en qué términos deberíamos hacerlo y por qué.
Todas estas cuestiones se entienden sin esfuerzo como un intento legítimo de conocer mejor el terreno que pisan los diaristas aludidos, de saber con mayor seguridad a qué atenerse en el manejo de la información sobre la delincuencia profesional, y evitar así, si fuere posible, seguir siendo perseguidos y asesinados.
No implica, en cambio, sumisión alguna, «negociar con la delincuencia», como interpretó y criticó un vocero del gobierno federal.
Es importante recoger también el planteamiento del editorial de que, aunque se trate de una guerra a muerte entre el Estado mexicano y los cárteles (como la ha definido el propio Presidente de la República, digo yo, ACM), no por ello se justifica automáticamente cualquier acción, ya que incluso en las guerras formalmente declaradas hay principios y normas que los contendientes deben acatar, entre otras, el respeto a la vida de los no beligerantes como es el caso de los periodistas.
Lo primero que destaca aquí es el innegable (aunque incipiente) esfuerzo de autocrítica que deja asomar el documento.
En efecto, en él no se asume como un axioma, como algo que no necesita demostración, que el quehacer periodístico es «impecable y diamantino» (López Velarde dixit) y que, por tanto, quienes lo atacan, son siempre los «malos» y los equivocados.
Tampoco asume como verdad evidente que los mafiosos son bestias irracionales que nunca pueden tener razón ni lógica alguna en sus reclamos.
Las preguntas que se les formulan implican la posibilidad, por pequeña o remota que sea, de que exista cierta dosis de razón en el odio de los delincuentes hacia el trabajo de los medios.
En segundo lugar, el editorial es rescatable porque, a pesar de lo difícil de su posición al dirigirse a sus agresores, no elude el riesgo y lleva a cabo la tarea sin claudicar ni a su línea editorial ni a su ética profesional. No promete «acatar», sin más, las demandas de los delincuentes; busca solamente, como lo dejan claro a mi juicio, «saber a qué atenerse» en su relación con aquellos, es decir, mirarse con ojos ajenos para completar una imagen cierta y objetiva de su quehacer periodístico.
Y, en efecto, la crítica ajena, juiciosa y serenamente valorada, no sólo puede ayudar a desarmar al enemigo privándolo de argumentos ciertos; también contribuye al perfeccionamiento humano y profesional de quien la recibe y pondera