Sin otra hoja de ruta a seguir que la improvisación que provocaba tener como horizonte la supervivencia en el día a día, el Atlético planteó los últimos años su consolidación en el podio de la Liga apelando a la pegada de la dupla Agüero-Forlán. Daba igual quién estuviera en el banquillo. El plantel rojiblanco convertía cualquier partido en una ruleta rusa ya fuera con Javier Aguirre, Abel Resino o con Quique Flores. «Para qué nos vamos a engañar, eran un auténtico desmadre, encuentros planteados como si estuviéramos en el patio del colegio, correcalles en los que nos lanzaban el balón de un patadón a los de arriba y solíamos desenvolvernos bien; hasta resultaban excitantes para los hinchas», los definía el delantero charrúa, ahora en el Inter.
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Del patadón a mimar el balón