Los entrenamientos del Madrid en Valdebebas, la temporada pasada, solían acabar cuando José Mourinho, el técnico, señalaba el final y Jorge Mendes, su agente, salía al campo a esperar a sus amigos frente al vestuario. Ahí se reunían Pepe, Cristiano, Marcelo, Di María y a veces Carvalho. Formaban un corrillo ameno. Eran el poder emergente y la mayoría de los jugadores les saludaban al pasar. Todos hacían un gesto a Mendes y Mourinho, aunque fuese por cortesía. Todos menos Iker Casillas, el capitán, que, según los empleados del club, daba un rodeo largo y evidente. Un rodeo de silencio que era en sí mismo un mensaje de distanciamiento. Una manera de no mezclarse en el programa de un entrenador por cuyos métodos no sentía una afinidad espontánea.
Tomada de:
Casillas en la encrucijada