Qué bien, un reconocimiento para los gobiernos municipales y el gobierno estatal porque, además de los apoyos federales que lograron, se pudiera disfrutar en el estado de unos festejos patrios seguros, aunque en mucho la seguridad exageró su trabajo con la gente; sin embargo, el resultado positivo bien lo valía.
Se destacó la presencia de los militares integrantes de nuestro Instituto Armado, que siempre están ahí cuando se les necesita y nunca dicen que no. La Policía Federal también hizo lo suyo, y vale la pena destacar que los de casa no se quedaron atrás: la Policía Estatal y la Ministerial hicieron muy bien su trabajo, y ni qué decir de los municipales, quienes desde mi muy particular punto de vista, siempre han demostrado trabajo y entrega, tanto en Policía, como en Tránsito, en la capital y en los demás municipios. Vale la pena reconocerle a todos cuando hacen las cosas bien y no sólo ser la vara que señala en los malos momentos.
Qué bien que la gente civil también se portó a la altura, confiando en sus autoridades, asistiendo al evento y respetándose entre todos y, en especial, respetando al personal de seguridad, haciendo con esto que el trabajo de los guardianes de la paz y el orden, tanto del ámbito federal, como del estatal y municipal, pudieran hacer su mejor esfuerzo y dar el mejor resultado.
Sin embargo, qué mal, pero qué mal es que de nuevo aparezca el fantasma de la desigualdad entre estatales y municipales, y se haya desarrollado un amargo «numerito» de prepotencia y soberbia entre los encargados de la seguridad estatal en el Palacio Municipal, y la seguridad del secretario del municipio de la Capital.
Que al final de cuentas son los mismos, que se conocen bien, que han trabajado codo a codo arriesgándose igual, pero que en aras no sé de qué, cual hienas se desconocen entreteniéndose en atacarse unos a otros como si fueran siervos de un señor feudal o de un hacendado de antaño en nuestro país, en lugar de hacer al cien por ciento su trabajo, que es cuidar la seguridad del evento en todos sus aspectos.
De qué sirve que se les capacite de la mejor manera si aún no se entiende que todos trabajan para el mismo patrón -la sociedad-, y que la final los nuevos jefes se van, ellos se quedan, nosotros nos quedamos, pero también se quedan los rencores y venganzas que, tarde o temprano, dañan a los cuerpos de seguridad pública desarrollando fracturas innecesarias que pasan la factura en cualquier momento.
Qué bien que sean los mejores escoltas, pero qué mal que se peleen entre ellos, ¿acaso ven lo mismo en el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea?, ¡no! La disciplina es única, y ésa no se quebranta. ¿Así se quiere tener un solo mando como si se quisiera que a alguien se le ungiera como rey, príncipe, duque o qué sé yo? Todo, menos lograr lo que no cualquiera logra… la unión del personal y el desarrollo de un verdadero sentimiento de lealtad, honor y compromiso; en fin, un verdadero espíritu de cuerpo.
¿O no?
Juzgue usted.
GUILLERMO ALBERTO HIDALGO VIGUERAS