Admirable la facilidad con la que Juan Rulfo induce con sus textos a ese lado del México que perece con el pasar de los años; el México rural, con su gente típica, con su acento y sus modismos, con el campo y sus pueblos ataviados de ese folclor que salta en cada línea. Incluso antes de que se desenvolviera plenamente en el realismo mágico, ahí está «El llano en llamas», cuyos relatos ya dan pie a lo que sería la obra más reconocida de Rulfo, Pedro Páramo.
Los milagros, la sobrenaturalidad y el misticismo de las creencias populares, impregnadas en varios de los relatos cortos de la obra, curiosamente no se encuentran en ¡Diles que no me maten!; pareciera que dicho cuento, es una introspección del mismo estilo del autor para recordarnos que si bien es el realismo mágico el género que le ocupa, es al final, la particular habilidad para detallar este contexto tan mexicano, lo que hizo famoso a Rulfo.
«Anda Justino, diles que no me maten» así clama en el principio don Juvencio Nava, un hombre de campo que mató a su compadre, don Lupe Terreros, hace ya treinta años, trémulo no sólo en aquel momento de exclamación, sino a lo largo de todos estos años en los que ha vivido en total estado furtivo, temiendo por lo inevitable.
Pensaba que después de tres décadas, su castigo se había desenvuelto de otra forma, no tomándole la vida en un instante, sino arrebatándole la libertad poco a poco.
Hasta su esposa lo había dejado, lo único que le quedaba era su hijo Justino, ya casado y con ocho hijos, y aquel terreno Punta de Venado donde había pasado todo el tiempo temeroso de lo que ahora le acontecía.
Alguien había de cobrar la muerte de Lupe Terreros, sin importar cuantos años hubieran pasado, alguien habría de hacerlo.
Sólo hace falta estar atento a las tres primeras líneas para sentir inmediatamente ese ambiente de tensión en la lectura, el miedo de Juvencio Nava, completamente envuelto en sus reflexiones, la vida había tardado demasiado en cobrarle su falta, ¿Por qué hacerlo ahora cuando bien los años pudieran encargarse de reclamarlo para la tierra?
Esas cuestiones internas, la riqueza del detalle, el saturado ambiente angustioso de la obra. Casi en una postura de fábula, la lectura invita a la reflexión. Tuvo Juvencio esos motivos para matar a su compadre, una disputa tan común en los pueblos, y una reacción quizá igual de común, pero luego de aquel acto de justicia huérfana, Rulfo contrapone el motivo con la consecuencia, ¿Valió la pena el asesinato? Los animales de Juvencio tenía ya pastura pero ¿y él? Solamente había obtenido una vida de fugas hacia cualquier lugar donde nadie pudiera encontrarlo; sí, él era viejo y seguro en unos años la muerte tocaría a su puerta, pero Rulfo nos dicta que la vida se cobra las deudas de forma muy caprichosa.
No hay fantasía, ni milagros, ni espíritus de pueblo, sólo una justicia tardía, aunque al final, el sentimiento es el mismo, es tan desolador como el resto de la obra, un cuento para entender el estilo del autor.
Daniel Sánchez Lara
Óclesis